miércoles, 30 de diciembre de 2009

¡FELIZ AÑO NUEVO! Viejos escritos recuperados (1)



Los discos duros, a veces, fallan. O se contagian de un maldito virus. Y hay que formatearlos. Algunos ignorantes, despistados, perezosos o simplemente pardillos no suelen hacer copias de seguridad con la frecuencia necesaria. Yo era uno de ellos... y pringué. Antes del formateo definitivo, y gracias al Ubuntu, pude recuperar bastantes cosas; pero las respuestas de mis amigos a mis particulares misivas vía e-mail se perdieron para siempre. Y había algunas realmente entrañables, con unas contraargumentaciones o nuevas aportaciones que me hicieron pasar ratos entrañables. De mis envíos recuperados –estaban en formato texto– copio aquí unos cuantos aprovechando las fechas señaladas. Por las respuestas perdidas. In memoriam.



1. FELIZ 2003
Reflexiones combinadas sobre la Despedida y Bienvenida anuales.
El circulo es la figura geométrica más adaptada al rito. De hecho, es la metáfora de una de las dos concepciones del tiempo que han dominado las diferentes historias: el tiempo circular, mítico y siempre repetitivo, frente al tiempo lineal, con un principio y un fin que se alejan a medida que transcurre la vida. O la combinación de ambos, en una figura helicoidal.
Una de las características del círculo es que, siendo todos sus puntos equidistantes de otro, denominado Centro, podemos considerar que comienza y termina allí donde nosotros deseemos; esto es: que no hay ningún determinismo previo que nos obligue a tomar como principio y fin un punto en vez de otro. 
Así pues, y según nuestra tradición, esta noche, al filo de las 12 –y eso de la hora es otra historia– será el momento de despedir el año saliente y desearnos felicidad y prosperidad para el entrante. Vaya pues, por delante, este deseo compartido antes de continuar: ¡Feliz Año 2003! Y ahora, una vez cumplido el requisito inicial y el motivo de este rollo, prosigamos con unas simples preguntas: Esto de que nuestro año comience precisamente mañana ¿es una tradición o sólo una costumbre? ¿de dónde procede y en qué lógica mítica se sustenta? ¿es el momento indicado... o los hay mejores?
Un primer problema es geométrico: el círculo es el paradigma representativo; las realidades son, en cambio, la elipse u otro tipo de curvas cerradas aún más irregulares. 
Tomemos, por ejemplo, el año solar: si fuera un “círculo” no existirían las estaciones, ya que todos los días “equidistarían” del Sol –y ojo, que estoy hablando en sentido metafórico; ya sé que las estaciones no las marca la distancia sino el grado de inclinación, lo que permite que, simultáneamente, y a pesar de encontrarse la Tierra en la misma posición, sea primavera en el hemisferio Sur mientras es invierno en el Norte, y viceversa. Por eso, porque se representa como un círculo, pero sin serlo, es por lo que existen los equinoccios y los solsticios. 
Hace miles de años que los hombres aprendieron que el tiempo que duran las noches van creciendo desde el solsticio de verano y que el día vuelve a su carrera triunfante desde el solsticio de invierno. Y no es casual, por supuesto, que diversos dioses –entre ellos Mitra o el mismísimo Cristo- hayan elegido el solsticio invernal para venir al mundo representando a la Luz que emerge triunfante frente a las Tinieblas que la han precedido.
¿Por qué, entonces, no celebrar el principio del año en este momento mítico, mágico y con un alto contenido de religiosidad popular? ¿Por qué aceptar la contradicción subyacente en que el año –la Vida- no comience justo cuando nace el Salvador? O mejor dicho ¿por qué no continuar celebrándolo, ya que, de hecho, el 25 de Diciembre era el comienzo del año en la Inglaterra medieval allá por el siglo XII?
Si el tema solsticial ha sido el principal, el equinoccial no se ha quedado atrás. Las sociedades primitivas observaron también que, si entre el 21 y el 23 de Diciembre el Día comenzaba a triunfar sobre la Noche, alrededor del equinoccio de primavera los campos comenzaban a emerger llenos de Vida, ganando la partida a un invierno simbolizador de la Muerte, en una apoteosis de la Resurrección. 
El cristianismo, siempre a la zaga, casi copió el esquema de la Pascua judía combinando ciclos solares y lunares parta celebrar, no ya el nacimiento en este mundo del Dios, sino su resurrección primaveral en la Semana Santa. 
Y no hizo sino imitar y substituir lo que ya había, cambiando de collares, pero no de perros: mucho antes, en la Europa septentrional, muchos pueblos también celebraban la primera luna llena de primavera: la Pascua florida, en inglés, se denomina Easter, que es el nombre de la diosa de la primavera. Y en la meridional, los antiguos griegos –anteriores a los ciclos homéricos– celebraban así mismo, con esa luna, los mitos de Eleusis, con ceremonias que implicaban también, curiosamente, el uso del pan y el vino.
Pero, dejemos de lado la muerte y resurrección y volvamos al Nacimiento. Dentro de las lógicas de este conjunto de tradiciones, en el medioevo a alguien le dio por pensar que, cuando Cristo comenzó su vida en este mundo no fue cuando nació, sino cuando se encarnó en María, justo nueve meses antes. Fecha que, por una curiosa casualidad, coincidía con el equinoccio de primavera. Así que, a partir del siglo XII, el principio de año empezaba allá por el 25 de Marzo, sustituyendo la datación del Anno Domine (A.D.)  por la del Anno de Gratia (A.G.)
Curiosamente, siglos después, en Inglaterra –como relata Whitrow– los calendarios comenzaban en Enero, mientras los documentos oficiales se fecharon según el Año de Gracia nada menos que hasta 1751.
Este calendario, en contra de lo que puede suponerse, no se ha abandonado, sino que continua persistiendo, aunque en otra modalidad mucho más relacionada con la magia y con las relaciones entre lo que pasa en cielo y lo que acontece en la tierra: el calendario astrológico ¿O no es, acaso, Aries el primero de los signos del zodíaco?y ¿cuándo comienza Aries, sino el 21 de marzo? ¿y qué significa zodíaco, sino “rueda de la vida”?
Ahora bien, hay otras formas de dividir estacionalmente el año que no coinciden con fases astronómicas precisas, sino con la multiplicación de la vida sobre la Tierra, sea vegetal o animal.
Otros griegos primitivos, tan poéticos ellos, idearon el precioso mito del rapto de Perséfone –consúltese a Graves– para ejemplificar el paso de una era perfecta, donde el tiempo era circular, a otra en que los hombres sufrían las inclemencias y a veces el hambre: En la Edad de Oro, Deméter, la diosa de la agricultura, era feliz y los campos continuamente daban sus cosechas, los árboles sus frutos y los arroyos regaban constantemente la tierra. Pero un día el dios de los Avernos raptó a su hija Perséfone y se la llevó como esposa a las profundidades. Deméter suplicó a Zeus –y los hombres a su lado, ya que morían de hambre– y por fin consiguió, o consiguieron, que su hija pasara dos tercios del año con ella y uno con su esposo. Cuando Perséfone vuelve, en la fase avanzada de la primavera, Deméter retorna a la felicidad y los campos vuelven a cobrar vida hasta el otoño, en que, presagiando la partida todo se agosta y permanece muerto durante el invierno. 
Y algunos pueblos celtas y germanos –léase a Frazier– situaban los extremos del eje anual en lo que ahora serían el Primero de Mayo –nada que ver con la clase obrera, que conste  y el Uno de Noviembre, y celebraban ritos ígnicos asociados a la fecundidad de la tierra. De la primera fecha han quedado vestigios en las noches de Walpurgis, aquelarres y otras historias mágicas y brujeriles; de la segunda, el denostado por desconocido Halloween y el hecho de que la Iglesia, entendiendo que era tanto su poder maléfico, decidiera poner sobre esta noche la celebración de Todos los Santos, para proteger a los creyentes.
Y con tanta historia, tradición, religiosidad, mitos y otras zarandajas, podríamos preguntarnos ¿de dónde viene el empeño en celebrar el comienzo del año justo el uno de enero, fíjese usted bien? Ni equinoccios ni solsticios, ni hogueras de San Juan ni fuegos de Beltane, ni mayos llenos de árboles adornados por jóvenes con guirnaldas, ni canciones populares, ni noviembres plagados de calabazas anglosajonas con velas dentro e incluso con un E.T. en su última versión Spilbergiana. No señor: el Uno de Enero. 
Cuentan que un viejo gallego presiente su final y llama a sus hijos a su vera para dar sus postreros consejos y demandar sus últimas voluntades. Les recomienda, los orienta en la vida y, como colofón, les hace una petición: “Hijos míos, que si muero en Muiñas de Arriba me enterráis en Muíñas de Abajo, y si muero en Muíñas de Abajo me habréis de enterrar en Muiñas de Arriba”. Y los hijos le preguntan: “Y eso ¿por qué padre?”.  Y el padre les contesta: “No sé. Por joder”.
Pues eso, debe ser por joder. Porque el año comienza justo el Uno de Enero, y no hay tradición que lo sustente.
Porque no hay tradición, pero sí costumbre. Cuenta –de nuevo Whitrow– que los romanos primitivos comenzaban su calendario en Marzo (¿originales o sensatos?), y que su año tenía diez meses –los nombres de los meses que van de Septiembre a Diciembre no son sino los cardinales con que se nombraban: Septiembre, el séptimo; Octubre, el octavo; Noviembre, el noveno; y Diciembre, el décimo.
Pero hete aquí que, en el año 153, el nombramiento de los cónsules comenzó a hacerse en lo que hoy sería el 1 de enero y, como su nombramiento duraba un año, se acabó tomando esta fecha como referencia oficial. Y así, con las salvedades medievales, hasta nuestros días.
Llegado aquí, no puedo sino indignarme por tamaña necedad y sugeriros que, aunque sea en petit comité, cambiemos de tercio, rompamos con la nefasta costumbre y volvamos a cualquiera de nuestras tradiciones, que las hay sobradas y preciosas, para llevar a cabo, a partir de ahora, esta sana costumbre de felicitarnos el año nuevo en cualquier fecha más señalada.
No importa, de todos modos, que lo hagamos o no; porque lo que cuenta, realmente, es no perder esa otra tradición que consiste en, al menos una vez al año, recordar a los que queremos y dedicar un momento, por pequeño que sea, en hacerlos partícipes de ese recuerdo. Así que, a pesar de todo, o a pesar con todo, o a pesar de nada o mejor aún, sin ningún pesar, sino con la alegría de vuestro recuerdo, aprovecho la excusa que nos procura la costumbre para desearos una nueva etapa llena de alegrías, salpicada de algún pequeño problema -¿cómo, si no, ibais a crecer en lo personal?- y la tranquilidad, la fuerza y la fe necesarias para disfrutar las unas y afrontar los otros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario